lunes, 23 de abril de 2012

Chevrolet 1927

EL PADRE ATAMAÑUK Y YO


Por: Roberto Antonio Lizarazu

Sabemos que soy católico practicante. Inducido por la educación y tradición familiar  y sobre todo  por mi hermana Lupe que pertenecía a la ACA de Monte Caseros. Pero soy tan antiguo que  mi catolicismo comienza en la época del Padre Juan Perelló y Ferrer, quien estuviera a cargo de nuestra Iglesia de Nuestra Señora del Rosario  (originariamente denominada Nuestra Señora de las Victorias)  desde el 19 de febrero de 1923 hasta el día de su fallecimiento el 26 de septiembre de 1946.

Para 1947 el Padre Demetrio Atamañuk era “el nuevo cura del pueblo”  y se había constituido en un asiduo visitante a mi casa, en Alvear 1075. Al frente de ella se encontraba una oficina de representaciones comerciales de mi padre Eugenio y de mi tío Juanito,  de varios productos de consumo masivo, como por ejemplo Yerba Taragüí,  Vino Arizu, Villavicencio y otros; siendo el Padre Atamañuk un permanente concurrente a las tertulias que se producían en la oficina.

Un clásico de esos intercambios de ideas lo constituían las que mantenían Chelín Areta (agnóstico) y Atamañuk (ortodoxo). Demoraban horas discutiendo para jamás ponerse de acuerdo en nada.

Las tardes seguían pasando entre disidencias entre amigos hasta que un día el diablo metió la cola. Como se acostumbraba  en esa época yo no hablaba, solamente escuchaba.  Aguantaba un rato y después terminaba jugando a la pelota frente a la casa ocupando la vereda y el veredón, con los hermanos Casciani, Pilo y Bocha y con el Chulo Sánchez, (Díaz Colodrero en realidad).

En un momento determinado y en el fragor del partido, la pelota rebota y sale cruzando la calle hacia la vereda de enfrente hacia la casa de Chulo. Corro detrás de la pelota sin mirar y exactamente en ese momento venía de visita Atamañuk  con su auto Chevrolet 27. Me pasa por encima con las dos ruedas izquierdas, la delantera y la trasera, sobre mis dos piernas. ¿Tragedia, Drama? Nada de eso, veamos como termina  el accidente.

En el momento quedé medio atontado, más de lo habitual. Primero me siento en el suelo, luego me pongo de pié, en las piernas no tenía nada, ni un raspón; y terminaba de pasarme un auto por encima.

Miro a mis compañeros de juego y estaban mudos y blancos. Lo miro a Atamañuk y estaba mudo y blanco.                 
De pronto una férrea mano me agarra por detrás del cogote, me levanta y en el aire me mete en la casa. Era Damiana Fleitas, la ayudante de mi madre, que sentencia: Gurisito aichejáranga no te quiero ver mas jugando a la pelota en la calle. Entrá pa’ dentro inmediatamente.

Pobre Padre Atamañuk. Creo que no se habrá olvidado en su vida de mi irresponsabilidad infantil.  Luego a los dos años,  tomé con él la primera comunión.










1 comentario:

  1. Que buena crónica de esa época .Me transporte al lugar entrañablemente querido por tratarse frente a la casa de mi querida amiga Chula .Gracias Roberto por revivir tan lindos recuerdos.

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