lunes, 22 de noviembre de 2010

Siguen los incendios

Por: Roberto Antonio Lizarazu


La vereda impar de la calle Alvear, podría denominarse: La vereda de los incendios casereños.


Yo viví pocos años en Monte Caseros. Desde mi nacimiento hasta los trece años. Pero en ese período los dos incendios que ocurrieron, a los de la Gomería de Acevedo y la Cigarrería de Goya, se le debe agregar el incendio de la casa y el negocio de relojería y joyería de Samuel Sistolisky, que había ocurrido un par de años antes de mi nacimiento.


Nací en La Querencia, un almacén de ramos generales ubicado en la esquina noreste de Alvear y España. Pero previamente a que se pudiese comenzar a funcionar La Querencia, hubo que efectuar importantes refacciones, algunas de elllas directamente hacerlas a nuevo, debido a que el edificio había sufrido un incendio de proporciones en el comercio y la vivienda de la familia de Samuel Sistolisky, un antiguo vecinoy comerciante de nuestro pueblo. Este incendio ocurrió en el invierno de 1937.


Estos tres incendios ocurrieron en la vereda impar de la calle Alvear, entre 1937 y 1948.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Mensajero

 Por: Juan Abel Angélico
De pronto a la madrugada me despierta una voz, con un tono que dejaba adivinar, algo de miedo o timidez., seguramente por que en algunas casas no eran bien recibidos a esas horas. -mensajerooo!!, escucho que se levanta mi padre a firmar el telegrama de servicio. Era el mensajero del ferrocarril que le traía el aviso que debía presentarse para salir a trabajar.
Siento que se levantaba mi madre, a prepararle algo de comer para las largas horas de viaje que seguramente debía emprender. Sentía ese aroma a milanesas las que antes se hacían en nuestras casas y ahora se compran echas, y luego las picaba en trozos pequeños por que seguramente para papá era mas fácil comerlas de esta forma mientras conducía el tren. Luego le alistaba la bolsa de cuero, donde llevaba una pequeña vianda con las milanesas y algunas rodajas de pan, también un pequeño recipiente de aluminio con tapa con la yerba para el mate y una libreta para anotar lo referente al viaje para hacer el informe en su destino.
Mientras tanto el prepara su valija de cuero, las que ahora no se consiguen mas, ponía sus ropas siempre impecables, su equipo de afeitarse del cual todavía recuerdo el perfume de su loción.
Por ultimo se despedía de nosotros con un beso, y se iba siempre, contento rumbo a la estación a la que acostumbraba llegar mucho rato antes de la hora debida.
Luego de algunos días, regresaba,
- que nos trajiste? le decíamos después de darle un beso, y sacaba de su bolsa de cuero negra una bolsita de papel madera con las tan esperadas golosinas, siempre nos traía alfajores, caramelos, chocolatines o galletitas. Costumbre que siempre tubo hasta cuando yo adulto ya, volvía de visitas a la casa de mis padres.
Recuerdo también, cuando le venían a visitar sus primos también maquinistas del ferrocarril, de Concordia Entre Ríos, a los que nosotros llamábamos “Tío Vicente” y “Tío Cotogno” los dos muy queridos por nosotros, y esas interminables charlas sobre el ferrocarril que mantenían con mi padre.
Uno de las cosas que siempre tengo presente era cuando tenia que ir a trabajar en medio de una tormenta, caminando varias cuadras.
-Pobre, te vas a mojar mira como llueve-, le decía mama.
– Pobre seria si no tuviese trabajo-. Respondía el
Me crié en Monte Caseros, fue un pueblo ferroviario, era habitual escuchar el silbato de las locomotoras, o cuando el viento lo permitía, sentir el olor de las locomotoras a vapor. Era habitual ver en las calles el trajinar apurado de guardas y maquinistas que con su equipaje y uniformes se iban o volvían de su trabajo, también los operarios de los talleres y los empleados de las oficinas que eran cientos.
Lamentablemente todo eso se perdió, muchas familias quedaron en la calle, después de las privatizaciones.
Con este humilde trabajo pretendo recordar a todos los empleados del ferrocarril de mi pueblo los que quedaron sin trabajo y en especial a mi viejo a quien, cuando regreso a Monte Caseros, espero verlo todavía llegar a mi casa con su bolsa de cuero, su valija trayendo en cada viaje su equipaje de ejemplo y cariño que nos dejo a sus hijos.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Mi último verano en Monte Caseros. Cuando me fui de mi pueblo…


 Por Juan Abel Angélico
Recuerdo que era una típica siesta del verano de 1978, mi madre me preparaba con tristeza los bolsos, acomodando con cuidado las ropas prolijamente planchadas y luego llenaba una bolsita con algo para comer en el viaje, mientras me hacia miles de recomendaciones las que si hubiese sido posible llevarlas necesitaría varios bolsos mas. Mis hermanos no se… por ahí andaban, mirando los preparativos, uno era pequeño, Fabián, y Sergio solo tenia casi tres años menos que yo.
Cuando salí de casa, todavía no me daba cuenta, pero quedaban atrás, junto con mis padres y hermanos, mi infancia, las tardes de cine, los paseos en bicicleta, las tardes sentados en la vereda tomando mate, disfrutando de ese hermoso clima que nos regala un aire fresco a la tardecita, el olor de flores de sus jardines, la gente buena de allí, quedaban 17 años de mi vida
Mi  padre me llevo en su Fiat 600  al lugar donde debía subir a un camión, que transportaba naranjas a Buenos Aires, el que me llevaría a la gran ciudad, donde comenzaría mis estudios universitarios.
De ese momento quedo en mi memoria los ojos húmedos de papa, y cuando el camión ya marchaba, el me regalo su reloj el que para el era una herramienta imprescindible en el trabajo, ya que el fue maquinista del ferrocarril.
A medida que el camión me alejaba de Monte Caseros, yo en ese momento no sabía pero,  también me alejaba inexorablemente de parte de mí, y que  nunca más seria igual para, mi familia ni para mí.
Después vinieron mis estudios universitarios, mas tarde el trabajo y los hijos pero yo volví muchas veces a casa pero… siempre como visita y en forma cada vez más espaciada.
 La etapa de estudiante fue dura  para mí, no tanto por mis obligaciones de estudiante sino por el desarraigo que significa estar lejos de el pueblo y la familia también, significo por ejemplo no ver crecer a mi  hermano , ni a mi hermana mas chicos.
Cada  vez que llego a la Terminal de colectivos de Monte Caseros, camino despacio las cuadras que me separan a la casa de mama, disfrutando del aire, de los olores de las flores, de la gente que pasa y te saluda, de el silencio y la tranquilidad característicos, en resumen disfrutando de mi pueblo.
Pasaron 30 años y aun me duele la tristeza de mis padres y hermanos cuando partí en búsqueda de un porvenir,  ahora como padre los entiendo cada vez más.
Monte Caseros es un hermoso pueblo en el sur de corrientes, con calles anchas, donde las rejas en la ventana solo son decorativas y la gente acostumbra a sentarse a tomar mate en las veredas, un pueblo de gente trabajadora y buena.
Y allí esta mi viejita,  siempre esperando verme,  a la que cuando extraño   cierro los ojos y me imagino sentado tomando mate en la vereda con ella, charlando contándole cosas de mi familia
 Mi pueblo no se merece que año a año muchos jóvenes tengan que partir, como yo, para buscar un porvenir, por que allí es poco lo que hay.
Con el permiso de los lectores me voy a tomar un pequeño párrafo para agradecer a mis padres el gran sacrificio que hicieron para que yo sea lo que soy, y a mis hermanos Sergio (estas leyendo esto desde el cielo junto con papa? )Fabián y Soraya por ser eso justamente… mis hermanos y  a  mis hijos por quererme.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Incendio en la Cigarrería de Goya

Por: Roberto Antonio Lizarazu



Siguen los incendios. Al año siguiente en 1948, se incendió la Cigarrería de Goya.

En la intersección de Alvear al 1100 con Santa Fé, actualmente El Maestro, en la esquina noroeste, existía una casa comercial de venta de cigarros y cigarrillos llamada por los vecinos "La Cigarrería de Goya". Esta cigarrería quedaba en la esquina sobre la calle Alvear, y era lindante con la casa de la familia Casciani. Tanto Pilo como Bocha Casciani eran amigos de visita diaria.


Una noche, a las 9 o 10 horas, por causas que se atribuyeron a un corto circuito producido por los ya comentados cables de electricidad que estaban a la vista y sin defensa alguna, estalló un incendio en la gigarrería. Yo ya tenía un año más que en el anterior incendio y mi comportamiento fue diferente por que ya tenía experiencia en esos menesteres. Con mi padre ayudamos a sacar muebles y enseres de la casa particular de la familia Goya por un portón que había al costado de la casa, sobre la calle Santa Fé; y que se depositaban en plena calle.


Además pude observar como sobre la calle Alvear, lindando con la casa de los Casciani, dos personas que utilizando hachas, levantaban las chapas del techo de los Casciani, que como eran vecinos tenían medianera en común y peligraba que el fuego se extendiera a esa casa. Tiraban las chapas a la vereda haciendo un ruido que yo consideraba tremendo y anadiendo dramatismo a toda la inusual escena. Gracias a Dios en este siniestro no hubo que lamentar pérdidas humanas.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Incendio en la Gomería de Acevedo

Por: Roberto Antonio Lizarazu

En el invierno del año 1947, en la intersección de Alvear al 1100 y Santa Fé, actualmente El Maestro, en la esquina noreste existía una gomería, con un taller de reparación de autos y en la línea del veredón y la calle un surtidor de nafta con su correspondiente depósito de combustible.

Un buen día, en las primeras horas de la mañana y debido al estallido de un compresor que servía para el llenado de los neumáticos, toda la esquina, incluída la casa particular de la familia Acevedo, que estaba anexa a la gomería, se convirtió en un terrible incendio.

Nosostros que vivíamos en la casa de al lado, sobre la calle Alvear, fuimos desalojados de apuro, y yo fuí a parar a medio vestir, por que estaba durmiendo y me levantaron a los gritos, a la casa de la familia de Don José Sánchez que estaba ubicada en la vereda de enfrente. Me ubicaron en un banquito de material que había detrás de un cerco de alambre en lo que era un patio al costado de la casa de los Sánchez.

Estaba cubierto con una frazada y durante largo tiempo me convertí en un espectador privilegiado del incendio. Algunos corrían de un lado para el otro con baldes de agua, otros miraban paralizados el dantesco espectáculo, otros daban órdenes e indicaciones que yo no entendía, hasta que pasado un par de horas y dominado el siniestro, me fueron a buscar y pude regresar a casa.

Hasta hoy, cuando huelo el aroma característico de diversos materiales quemados, me recuerda ese especial día. Uno de los hermanos menores de los Acevedo, por las quemaduras recibidas falleció al poco tiempo del siniestro. No fue el único incendio de proporciones que se produjo en esa época. En la esquina de enfrente a los dos años ocurrió otro, que ya comentaremos.