domingo, 28 de septiembre de 2014



1870/1873 Fusilamiento del Capitán Severo Duarte en Monte Caseros

Por: Roberto Antonio Lizarazu

El jordanista y saqueador entrerriano, el Capitán Severo Duarte es fusilado en Monte Caseros.

Entre 1870 y 1873 se producen una serie de enfrentamientos políticos y bélicos entre el Gobierno Nacional y la provincia de Entre Ríos. Esos enfrentamientos repercuten trágicamente en nuestro flamante Departamento de Monte Caseros.

Tampoco se debe olvidar que la frontera entre Corrientes y Entre Ríos aún estaba oficialmente indefinida y se encontraba en permanente conflicto, en razón que las aspiraciones entrerrianas desde 1820 eran que la frontera interprovincial fuese el Río Miriñay y no el Mocoretá. Según esta postura el ya creado Departamento de Monte Caseros en 1858, quedaba en la provincia de Entre Ríos y no en Corrientes. Igual suerte correrían gran parte del de Curuzú Cuatiá, Sauce y Esquina.

El 11 de abril de 1870, el Gobernador Urquiza es asesinado por una partida jordanista. Luego la Legislatura entrerriana elige gobernador a Ricardo López Jordán, quien a esa altura ya había asumido la responsabilidad del grave suceso ocurrido. El Gobierno Nacional, el Presidente era Domingo  Faustino Sarmiento, interviene la provincia y envía tropas de apoyo a la intervención. La guerra civil estaba en marcha y Monte Caseros tiene un papel preponderante en ella.

Tres años dura esta guerra civil, entre el exilio de Ricardo López Jordán, primero a Brasil, después de su derrota en el combate de Ñaembé (Colonia Carolina, Departamento de Goya) y posteriormente exiliándose en Uruguay, luego de la derrota de Don Gonzalo (Cerca de la Bajada del Paraná, Entre Ríos). En ambos combates participan tropas correntinas y muy especialmente del sur de nuestra provincia, entre los que se contaban varios vecinos de Monte Caseros que eran integrantes de la Milicia Correntina.

La partida comandada por el Capitán Severo Duarte, azoló, robó, violó, incendió y saqueó el sur de nuestra provincia especialmente en nuestro Departamento, durante los dos primeros años que duró el conflicto. Eligiendo puestos indefensos, cascos de estancias e incipientes poblados. Matando hombres, mujeres y niños a discreción, en un número que fue calculado en su momento en una treintena de victimas, la mayoría de ellas radicadas en el recientemente creado Departamento de Monte Caseros.

Hasta que un día de 1872, cometió el tremendo error de cruzar el arroyo Timboy en época de crecida pretendiendo dirigirse a Monte Caseros. Cruzar el Timboy lo cruzó pero nunca pudo regresar. Sus movimientos eran seguidos desde meses atrás por una partida de la Milicia Correntina que estaba radicada en nuestro pueblo y además integrada por varios vecinos de armas tomar y consumados jinetes montecasereños. Si bien es cierto que el grueso la Milicia Correntina eran batallones de infantería, además contaban con varios escuadrones montados como el destinado en nuestro pueblo.

Un par de rastreadores observan que cruza el Timboy al mando de siete hombres y unas leguas adentro son enfrentados por la Milicia que ya había sido alertada por los rastreadores. Los siete acompañantes son muertos directamente en el lugar y el Capitán Duarte, lanceado en ambas piernas y herido en la cabeza de un sablazo es llevado maniatado a Monte Caseros.
La detención, juicio y ejecución demoró 24 horas. Fue fusilado en la Plaza 25 de Mayo   al día siguiente de su apresamiento. En el vértice noroeste de la plaza, frente al cuartel de la Milicia Correntina, un timbó sirvió para esos menesteres.

El suscripto jamás pudo encontrar ningún documento ni lápida sobre la inhumación del Capitán Severo Duarte. Hay que tener en cuenta que el nuevo y actual Cementerio (Lado Sur) ya funcionaba desde 1866. Se puede suponer que fue inhumado en una sepultura como NN, de igual manera que sus acompañantes.

Bibliografía General. 

La fundación de Monte caseros y otros estudios. Ricardo E. Sagarzazu. Colección las 4 estaciones. Ovejero martín, Editores, Rosario, agosto de 1998. Páginas 42 y 43.


miércoles, 30 de enero de 2013


LA FÁBRICA DE FIDEOS “LA FIDELERÍA” EN MONTE CASEROS

Por: Roberto Antonio Lizarazu

Desde 1929 comenzó a funcionar una fábrica  de fideos secos, llamada por los vecinos: La Fidelería de la sociedad comercial Preysler, Fidel Olaciregui y Cia. La misma estaba ubicada en instalaciones  en la calle Santa Fe, frente a la cancha de  San Lorenzo. Recuerdo que hasta 1950, ese edificio de dos plantas,  servía de referencia para dimensionar la gravedad de las inundaciones. Si el agua llegaba o no hasta ese edificio de ladrillos  de dos plantas sin revocar.  La cancha de San Lorenzo era más baja y se inundaba todos los años,  pero La Fidelería estaba edificada un poco más alta y por ese motivo servía a los vecinos como referencia para medir la inundación.
Mi padre, Eugenio Lizarazu, trabajó en La Fidelería durante todo su período de duración, aproximadamente una década.
Como rareza podemos señalar que la gente de Monte Caseros llamaba a la fideería, lugar donde se hacen fideos, fidelería, por Fidel Olaciregui que era uno de los dueños originarios.
Este negocio cambia de dueños aproximadamente en 1935 y la sociedad pasa a ser: Vértiz, Rotteta y Cia. Conservando el nombre original por el  que era conocido   por los vecinos.


Duró aproximadamente poco menos de una década, para 1938 mi padre ya estaba en La Querencia, en la esquina noreste de la calle Alvear y España.


Para que pudiese comenzar a funcionar el almacén de ramos generales La Querencia, previamente hubo que efectuar grandes refacciones y a otras instalaciones directamente hacerlas a nuevo, debido a que el edificio había sufrido un incendio de proporciones cuando  en esa esquina se ubicaba una joyería y relojería cuyo dueño era un señor Sistolisky, un antiguo vecino de nuestro pueblo.

Este siniestro ocurrió en 1936 y Sistolisky nunca se pudo reponer de las pérdidas económicas que sufriera en el incendio de su negocio y de su vivienda anexa. De los restos que quedaron hubo que adecuar todo para poder habilitar La Querencia. Ahí nació el suscripto en 1939.

miércoles, 18 de julio de 2012


Por: Roberto Antonio Lizarazu

El 25 de septiembre del 2010, subí una fotografía que con el título de “La vuelta del perro” se registra  un grupo de amigos sentados en el basamento al monumento a Cristóbal Colón, entre los que se encuentran los hermanos Astarloa, Luncho y Monono, Quitón Goya, el suscripto y otros que no recuerdo sus nombres. 

Esta  nueva fotografía, del mismo grupo, pero en el mástil de la plaza, se podría titular “La vuelta del perro II”. Fue tomada el mismo día que la primera. Al dorso de ambas se lee en un escudo “FOTO R. Pimentel, Colón y Pellegrini, Monte Caseros (Ctes.)

lunes, 4 de junio de 2012


Por: Roberto Antonio Lizarazu

La foto es de 1951. Turno tarde varones. Honestamente no recuerdo si la Escuela 32 por esos años llegaba solamente hasta 5º grado y el 6º que era el último año, había que hacerlo en la Escuela 88. La primaria eran siete años pero había primero inferior y primero superior por eso eran siete años. El 6º grado era el último.
Alumnos: De arriba hacia abajo, primera fila. El tercero de apellido Benítez. Segunda fila, luego de la maestra, Roberto González, el hijo del sastre González de la calle Alvear, luego Miguel Antonini, Conejo Arrieta.
Primera fila: Roberto Lizarazu, Alberto (Chichura) Gogorza, en el sexto lugar uno de los hermanos Pereira. Una de sus hermanas mayores era casada con mi tío Francisco Lizarazu y vivían en Curuzú Cuatiá.

viernes, 27 de abril de 2012

Jaime Carroll y Mc Kenna

 

 

 

EL CAPITÁN JAIME CARROL Y EL VAPOR IBERA


Por: Prefecto General (RE) Andrés René Rousseaux 
(Publicado en la Revista “Guardacostas” Nº 74, pág. 21 a 27)

Recopilación documental por: Alejandro Sebastián Vallejos

PRIMERA PARTE 

La historia de la navegación fluvial de la República Argentina adeuda el merecido homenaje a uno de los pioneros de la navegación en el Alto Uruguay en el siglo pasado, me refiero al Capitán Jaime Carroll Mckenna, quien murió heroicamente, acorde las más puras tradiciones marineras, hundiéndose con su barco después de haber salvado a su tripulación y los valores puesto en su custodia, hoy la Prefectura Naval Argentina, a través de su Revista Oficial “Guardacostas” le rinde con esta nota, el reconocimiento adeudado.

Su padre Hugo Carroll, nacido en Irlanda, trabajaba en el año 1841 en las oficinas de la AdmInistracIón del Puerto de Liverpool (Inglaterra) donde adquiriera los conocimientos necesarios sobre el movimiento portuario y sus reglamentaciones, que le permitieron, posteriormente, en el año 1852, ser nombrado por la Coronal Británica, Administrador del Puerto Stanley - hoy Puerto Argentino- en las Islas Malvinas.       

Contrajo matrimonio con Catalina McKenna el 13 de septiembre de 1843 en la Iglesia católica de Liverpool, naciendo de esta pareja Mary (18-1844) y Jaime (17-9-1848) en tierra inglesa.

La familia emigró hacía Sudamérica en 1848, con destino al puerto de Montevideo, encontrándose en estas circunstancias la señora Carroll embrazada de su tercer hijo, que nació a bordo del buque que los trasladaba cuando este se encontraba fondeado en aguas del Río de la Plata, recibiendo el nombre de Miguel (26-12-1848).

Instalada la familia en Montevideo, Don Hugo Carroll se dedicó al comercio del tabaco y frutos del país, incrementándose la prole con el advenimiento de Hugo (24-12-1850). En el año 1852, la familia Carroll emprendió viaje a las Islas Malvinas, donde Don Hugo Carroll habla sido designado Administrador del Puerto, cargo que ocupó por espacio de cuatro años, naciendo en aquellas Islas Rose (14-1-1853) y Thomas (30-1-1856).

En aquellos parajes inhóspitos, de clima glacial, pero donde predominaba el ambiente marino, sirvió para que se foguearan y adquirieran los primeros conocimientos marineros los hermanos mayores Jaime y Miguel, vocación que ambos abrazaron con pasión para toda sus vidas, el primero en la Marina Mercante y el segundo en la Armada Nacional.

De regreso la familia Carroll a Montevideo, Jaime ingresó en el Colegio de los Padres Escolapios, donde completó sus estudios incorporándose posteriormente como aprendiz en los talleres de Mister Harley donde forjó su verdadera vocación, que son las máquinas, en especial, aquellas aplicadas a la navegación, embarcándose posteriormente en los buques a vapor que hacían la carrera entre Montevideo, Buenos Aíres y Asunción (Paraguay) para complementar sus conocimientos y adquirir experiencia.
En ese período, la familia Carroll se completa con el nacimiento en tierras uruguayas de Isabel (18-3-1857) y Sara (1661880).

Declarada la guerra de la Triple Alianza con la República del Paraguay, en el año 1865, los hermanos Jaime y Miguel Carroll no titubearon en abrazar la causa de los aliados ofreciendo sus servicios a la escuadra Argentina; el primero de los hermanos tripulando buques mercantes afectados al apoyo logístico y transporte de tropas al teatro de las operaciones, mientras que Miguel lo hacia a bordo de los buques de guerra, prestando ambos importantes y reconocidos servidos en le contienda bélica.

Finalizada la guerra, los hermanos Carroll tomaron rumbos distintos; Miguel continúo prestando servicios en la Marina de Guerra, tomando parte de la Expedición al Río Negro a bordo de las Cañoneras "Constitución" y "República", transporte "El Triunfo", siendo mencionado en la Orden del Día de la Expedición por sus importantes y valiosos servicios prestados, otorgándole el Gobierno medalla y diploma por su actuación en ella, continuando su carrera naval hasta el sitio de Buenos Aires en 1880, con motivo de los enfrentamientos por la Capitalización de la ciudad, acontecimientos que lo llevaron a renunciar antes de luchar contra sus hermanos, en razón que se había nacionalizado argentino.

Retirado de la vida militar, se dedicó al comercio y las actividades agrícolas-ganaderas, adquiriendo en el año 1883, 3.788 hectáreas al Sur de la Provincia de Córdoba, las cuales vendió dos años más tarde, fundándose en dichos campos, en el año 1888, la floreciente ciudad de Laboulaye. Contrajo matrimonio con Emilia Petit, con quién compartió el nacimiento de nueve hijos. Falleció el 19 de octubre de 1913, al recibir la noticia del hundimiento del transatlántico Titanic, sus restos fueron sepultados en el Cementerio de la Chacarita.

Jaime Carroll continuó en la Marina Mercante embarcándose como Capitán en los buques que hacían la navegación en el Alto Uruguay, que era toda una epopeya; la que se hacia en base a los conocimientos que cada capitán tenía del río, sus costas, accidentes y todos otros datos que la naturaleza le podía brindar, es decir, la navegación se hacia por "baquía", dado que no existía ningún elemento de ayuda de la navegación, como podrían ser boyas, pantallas de enfilación, cartas náuticas, etc.

La capacidad profesional del Capitán Carroll era reconocida en ambas márgenes del río, siendo muy popular y apreciado por su hombría de bien y caballerosidad. En los buques que él capitaneaba, no permitía el embarco de "prácticos" o "baqueanos", confiaba plenamente de sus conocimientos palmo a palmo del río para efectuar la navegación sin inconvenientes.

La navegación del Río Uruguay, se efectuaba en forma normal, hasta el puerto entrerriano de Concordia, con las limitaciones que imponían los pasos del "Hervidero" y "Corralito", ubicados al sur de este puerto, pero la verdadera limitación al norte de la referida ciudad, eran los Saltos "Chico" y "Grande", cuyo cruce era peligrosísimo, máxime en épocas de bajantes, que lo tornaba innavegable, por lo cual, los buques que hacían el servicio en el Alto Uruguay, como ser "El Uruguay" (primer buque a vapor que cumplió el servicio regular en el año 1858), "Federación", "Estela" (posteriormente renombrado “Sitja"), "Neptuno", y numerosos remolcadores y chatas, optaron como puerto terminal de su recorrido, el de Federación, ubicado al norte de los peligrosos "saltos", máxime cuando el Ferrocarril del Este Argentino unió con sus rieles, dicha ciudad con Concordia, evitando de esta manera los saltos de referencia.

Este "bay pass" ferroviario, no funcionó debidamente, dado que al norte de Federación, existían numerosas "cachueiras" (restingas de piedra) y pasos peligrosos, como ser “San Gregorio”, “ltacumbú” y otros menores, que limitaban la navegación comercial; ello motivó que las autoridades del Ferrocarril continuaran el tendido de la línea térrea hasta la ciudad de Monte Caseros, donde el ferrocarril llegó en el año 1875, pasando el puerto de dicha ciudad a ser el punto terminal de la navegación del Alto Uruguay.

El transporte fluvial llenaba una importante necesidad para el traslado de pasajeros y carga a las ciudades asentadas en las márgenes del río, argentinas, uruguayas y brasileñas.

Originalmente los buques partiendo desde Concordia, primeramente, luego Federación y por último Monte Caseros, como hemos visto, hacían escala en Santa Rosa (después Bella Unión) (ROU), Montes Caseros (ARG), Uruguayana (Brasil), Restauración (después Paso de los libres) (ARG), San Martín (después Yapeyú) (ARG), La Cruz y Alvear (ARG), Itaquí y San Borjas (Brasil), Santo Tomé (ARG). Paso Roca (posteriormente Garruchos), Pindaytí (después Barra Concepción o Concepción, actualmente Puerto Concepción) (Misiones)

En todos los puertos argentinos mencionados, la autoridad pionera fue la actual Prefectura Naval Argentina, creando y/o habilitando Subprefecturas, Ayudantías y destacamentos prácticamente con la fundación de las ciudades (al pie de este trabajo y como complemento se agrega nómina de Dependencias del Alto y Medio Uruguay con la fecha de creación y/o habilitación).

Como ilustración de los lectores, y demostrar la ventaja que representaba el transporte combinado ferrocarril-buque, por el Río Uruguay, desde Buenos Aíres a Posadas (Capital del entonces Territorio Nacional) incluido el viaje en diligencia desde el puerto de Santo Tomé (Corrientes) demoraba entre 5/7 días, mientras que el mismo viaje por el Río Paraná era de 15/18 días, siempre y cuando la altura del río les permitiera franquear los difíciles rápidos de la zona de Yaciretá, en tal caso en la localidad correntina de Ituzaingó, se debía tomar el servicio de diligencias hasta Posadas, por caminos prácticamente inexistentes y sujeto a las condiciones meteorológicas.

La compañía inglesa constructora del ferrocarril del Este Argentino inmediatamente se dio cuenta que el puerto de Monte Caseros no era apto en razón que a corta distancia hacia el norte existe una peligrosa “cachueiras” (restingas de piedras), que limitaban la navegación, lo que los llevó a prolongar la punta de riel seis millas más al norte de la ciudad, hasta el paraje conocido como Puerto Ceibo, donde se construyó la estación terminal, muelles y otras instalaciones necesarias para hacerlo un lugar óptimo para el trasbordo de pasajeros y cargas, desde el tren a los buques que hacían el servicios fluvial al Alto Uruguay, adquiriendo el puerto rápidamente una actividad inusitada.







Vapor Iberá

EL CAPITÁN JAIME CARROLL Y EL VAPOR IBERA



Por: Prefecto General (RE) Andrés René Rousseaux            





(Publicado en la Revista “Guardacostas” Nº 74, pág. 21 a 27)                

Recopilación documental por: Alejandro Sebastián Vallejos

SEGUNDA PARTE

A esta importante mejora en sus servicios, la empresa decidió incorporar dos modernos vapores de pasajeros y carga, que se adaptaran a las necesidades del tráfico y las particulares modalidades del río, para ello se basó en las recomendaciones y sugerencias de su más experimentado y capaz Capitán, don Jaime Carroll, ordenando la construcción, en Inglaterra, de dos vapores de muy poco calado (máximo 2 pies), con propulsión a palas en su popa, similar a los buques que surcaban el río Mississipi (EE.UU), dando nacimiento a los vapores “Mensajero” e “Iberá”

Estos dos buques fueron trasladados a la Argentina desarmados, al igual que un gran “rompecabezas”, constituyendo su traslado y ensamble una verdadera proeza.

Arribaron al puerto de Buenos Aires en un buque de ultramar, desde allí fueron trasladados a buques fluviales hasta el puerto de Concordia, donde fueron embarcados en ferrocarril hasta el Puerto el Ceibo, donde se procedió a su armado bajo la dirección del Capitán Carroll, tarea donde demostró, una vez más, su extraordinaria capacidad profesional, siendo puesto en servicio primeramente el “Mensajero” (aproximadamente en el año 1883) y posteriormente el “Iberá” (1887). El costo total ascendió a la suma de 70.000 pesos oro cada uno, dotado de los últimos adelantos de la navegación a vapor de la época. Tenían capacidad para 80 pasajeros alojados en cómodos camarotes, con sala de juego, con piano y salón comedor, eran unos verdaderos palacios flotantes.

Además llevaban pasajeros y la carga en cubierta, sobre todo los colonos que iban a poblar el Alto Uruguay, en la actual provincia de Misiones, mirándolos rápidamente se asemejaban a una típica “Arca de Noé”.

El viaje en vapor se iniciaba con la llegada del tren desde Concordia a Puerto Ceibo, alrededor del mediodía, procediendo de inmediato los pasajeros a embarcar en el vapor que estaba de salida. Mismo procedimiento se efectuaba cuando arribaban los vapores desde el norte.

Los viajeros al interior de la provincia, transbordaban en Monte Caseros, al servicio de diligencias que hacían el recorrido hasta Curuzú Cuatiá y Mercedes, en esta última ciudad, se combinaba con las diligencias que hacían el trayecto hasta San Roque, Saladas, Empedrado y la ciudad de Corrientes.

El viaje redondo hasta el puerto de Santa María (Misiones) demandaba alrededor de seis/siete días de navegación, dependiendo de la altura de las aguas del río, realizándose la navegación casi exclusivamente de día, desde las primeras luces hasta el anochecer. Excepcionalmente se navegaba de noche, cuando el río estaba crecido y con noche clara.

El Capitán Jaime Carroll, primeramente capitaneó el vapor “Mensajero” (se hizo cargo el 5/6/1886) reemplazando a don Amadeo Bonhevent, otro pionero de la navegación del río Uruguay, quien pasó como jefe de la Estación El Ceibo. En 1887 cuando es botado el “Iberá”, toma su mando, realizando numerosos viajes bajo su mano experta y profesional, por ese río Uruguay que tanto conocía y amaba, hasta su trágica muerte.

Era el 12 de enero de 1890, pleno verano, el vapor “Iberá” se hallaba amarrado en puerto Ceibo, había sido un día sumamente caluroso, los montecasereños esperaban la noche, para que ella trajera un poco de aire que refrescara el ambiente sofocante, negras nubes cubrieron el horizonte, desatándose de improviso una clásica tormenta de verano sobre la ciudad y sus alrededores, produciendo el violento viento daños en diversos edificios, entre ellos el cuartel, el de la banda de música municipal y diversas casas particulares, sin contar los numerosos árboles arrancados de raíz.

 La fuerza de la tormenta encrespó las aguas del río Uruguay, transformándolas en un ariete incontrolable que se batía sobre las embarcaciones y costa. El “Iberá” cortó alguna de sus amarras y comenzó a desplazarse hacia el centro del río, poniéndolo en serio peligro de naufragar con la tripulación que se encontraba a bordo y que nada podía hacer contra los elementos de la naturaleza, máxime que el vapor tenía sus calderas apagadas, lo que le impedía realizar cualquier tipo de maniobra o poner “proa al viento”

El Capitán Carroll, que se encontraba en tierra, al ver la tormenta corrió al puerto, viendo que su querido vapor era juguete del río y el viento que lo separaba de la orilla, sin titubear y poniendo en peligro su vida, tomó una embarcación menor y logró abordarlo.

Inútiles fueron sus esfuerzos, el “Iberá” estaba condenado, la corriente lo había arrastrado hacia una restinga de piedras, produciéndole una importante avería en el costado de estribor de su casco, comenzando a escorarse peligrosamente, ante lo cual el valiente capitán Carroll puso a salvo a los tripulantes que se encontraban a bordo, tratado posteriormente de recuperar la documentación del buque y otros valores puesto en su custodia.

Encontrándose en esa tarea, una gran ola completó el trabajo destructivo, haciendo dar “vuelta campana” al “Iberá”, ante las miradas atónitas de las personas que se encontraban en la orilla, sin poder prestar ninguna ayuda.

El “Iberá” en su último momento arrastró consigo al capitán Carroll, aquel valeroso marino que lo había visto nacer, que lo llevara un y mil veces con mano segura por el majestuoso Uruguay, como no queriendo desprenderse de él, en un abrazo hacia la eternidad.

De no haber mediado el arrojo y decisión del capitán Jaime Carroll, el hundimiento del “Iberá” pudo haber sido una catástrofe con un innumero de victimas, que salvaron sus vidas gracias a su valeroso capitán.
Los restos del infortunado capitán Carroll fueron rescatados al día siguiente, cuando el río había recobrado su tradicional calma.

Todo Monte Caseros lo lloró, por su hombría de bien y su muerte heroica, acompañándolo hasta su última morada en el cementerio local, donde por suscripción pública se levantó una hermosa sepultura en homenaje a ese héroe, que nacido lejos de esas tierras, supo amarla e integrarse plenamente a su patria adoptiva, dejándole cuatro hijos de su matrimonio con Virginia Oliveira (brasileña), tronco de respetables familias argentinas.

La Prefectura Naval Argentina, con la cual el capitán Carroll tuvo siempre un especial trato y afecto por sus propias actividades marineras, en el año 1978, por intermedio de la Subprefectura de Monte Caseros, le rindió un merecido homenaje, al emplazar frente a su edificio, el ancla que había pertenecido al vapor “Iberá”, la que fuera rescatada en puerto Ceibo por personal de esa dependencia.

La Municipalidad de Monte Caseros, en el año 1981, como no podía ser de otro modo, recordó al capital Carroll imponiéndole su nombre a una calle de la ciudad.

La Navegación en el Alto Uruguay fue paulatinamente desapareciendo, a medida que el ferrocarril iba avanzando hacia el norte, primeramente Paso de los Libres, después Santo Tomé y por último Posadas, donde llegó en 1912, produciendo la muerte de la navegación por el río, que tantos beneficios diera a las ciudades emplazadas en sus orillas cuando era el único medio de comunicación moderno.         

El “Iberá” terminó sus días en puerto Ceibo donde fue desguazado por la compañía propietaria. En cuanto a su gemelo, el “Mensajero”, no he podido establecer su destino final. Hasta el año 1907 (según periódicos de la época) continuaba prestando servicios en el Alto Uruguay.

Nota: El autor agradece de sobremanera la información y documentos aportados por  los descendientes directos del capitán Carrol. En la Prefectura de Puerto Deseado presta servicios el Suboficial Ayudante de 2da. José Luís Carroll, bisnieto del capital Carroll.

Bibliografías, documentos y otras fuentes.

Sagarzazu, Ricardo: historiador montecasereño en conversaciones mantenidas con el autor  sobre el antiguo Monte Caseros.
Rouseaux, Andrés René: Reseña Histórica del Puerto de Monte Caseros y su Proyección Económica – Presentado en el Primer Congreso Nacional de Historia de los Puertos Argentinos. Tomo III
Prefectura Naval Argentina: Antecedentes varios del Departamento Estudios Históricos.
Armada Argentina: Secretaría General Naval. Legajo y antecedentes de Miguel Carroll.
Municipalidad de Laboulaye (Córdoba): Antecedentes de la ciudad. Archivo y Museo Histórico.
Carroll, José Eduardo: Biblia familia Carroll; publicaciones del periódico “The Southern Cross”; Partida de Casamiento de Hugo Carroll y Catalina Mc Kenna; recortes periodísticos.
Curzio, Salvatore: De Buenos Aires a Posadas (edición 1885)

Archivo Histórico de la Ciudad de Corrientes: Hemeroteca; Periódicos y diarios consultados:

1. El Nor Este (Paso de los Libres) año 1883.
2. El Porvenir (Monte Caseros) año 1886.
3. El Autonomista (Corrientes) año 1883.
4. El Correntino (Goya) año 1884.
5. La Patria (Goya) año 1890.
6. El Sudamericano (Buenos Aires) año 1890.
7. El Eco de Alvear (Corrientes) año 1892 






lunes, 23 de abril de 2012

Chevrolet 1927

EL PADRE ATAMAÑUK Y YO


Por: Roberto Antonio Lizarazu

Sabemos que soy católico practicante. Inducido por la educación y tradición familiar  y sobre todo  por mi hermana Lupe que pertenecía a la ACA de Monte Caseros. Pero soy tan antiguo que  mi catolicismo comienza en la época del Padre Juan Perelló y Ferrer, quien estuviera a cargo de nuestra Iglesia de Nuestra Señora del Rosario  (originariamente denominada Nuestra Señora de las Victorias)  desde el 19 de febrero de 1923 hasta el día de su fallecimiento el 26 de septiembre de 1946.

Para 1947 el Padre Demetrio Atamañuk era “el nuevo cura del pueblo”  y se había constituido en un asiduo visitante a mi casa, en Alvear 1075. Al frente de ella se encontraba una oficina de representaciones comerciales de mi padre Eugenio y de mi tío Juanito,  de varios productos de consumo masivo, como por ejemplo Yerba Taragüí,  Vino Arizu, Villavicencio y otros; siendo el Padre Atamañuk un permanente concurrente a las tertulias que se producían en la oficina.

Un clásico de esos intercambios de ideas lo constituían las que mantenían Chelín Areta (agnóstico) y Atamañuk (ortodoxo). Demoraban horas discutiendo para jamás ponerse de acuerdo en nada.

Las tardes seguían pasando entre disidencias entre amigos hasta que un día el diablo metió la cola. Como se acostumbraba  en esa época yo no hablaba, solamente escuchaba.  Aguantaba un rato y después terminaba jugando a la pelota frente a la casa ocupando la vereda y el veredón, con los hermanos Casciani, Pilo y Bocha y con el Chulo Sánchez, (Díaz Colodrero en realidad).

En un momento determinado y en el fragor del partido, la pelota rebota y sale cruzando la calle hacia la vereda de enfrente hacia la casa de Chulo. Corro detrás de la pelota sin mirar y exactamente en ese momento venía de visita Atamañuk  con su auto Chevrolet 27. Me pasa por encima con las dos ruedas izquierdas, la delantera y la trasera, sobre mis dos piernas. ¿Tragedia, Drama? Nada de eso, veamos como termina  el accidente.

En el momento quedé medio atontado, más de lo habitual. Primero me siento en el suelo, luego me pongo de pié, en las piernas no tenía nada, ni un raspón; y terminaba de pasarme un auto por encima.

Miro a mis compañeros de juego y estaban mudos y blancos. Lo miro a Atamañuk y estaba mudo y blanco.                 
De pronto una férrea mano me agarra por detrás del cogote, me levanta y en el aire me mete en la casa. Era Damiana Fleitas, la ayudante de mi madre, que sentencia: Gurisito aichejáranga no te quiero ver mas jugando a la pelota en la calle. Entrá pa’ dentro inmediatamente.

Pobre Padre Atamañuk. Creo que no se habrá olvidado en su vida de mi irresponsabilidad infantil.  Luego a los dos años,  tomé con él la primera comunión.