miércoles, 14 de marzo de 2012

1948 - Entrevero entre soldados y policías en el corso de Monte Caseros

Por:Roberto Antonio Lizarazu


Este incidente ocurrió en los carnavales de 1948. En esos años el corso se realizaba en dos cuadras de largo sobre la calle Alvear, del 1000 al 1200. Casualmente nuestra casa quedaba en el centro del corso, en Alvear 1075.
La pica que existía entre los soldados destinados en los distintos regimientos que había en nuestro pueblo y los policías de Monte Caseros, eran un clásico pueblerino en permanente in crescendo; y que hasta ese momento habían quedado limitados a las peleas dentro del ámbito del Punta de Fierro o de La Cuadrada, pero nunca habían tenido una importancia tan grave y un escenario tan visible para evidenciarse.


Una noche cuando finalizaba el corso, cosa que ocurría a las 24 horas puntualmente, se armó un entrevero generalizado entre soldados y policías. Los policías armados con sus sables cortos y semicurvos que se usaban en esa época y los soldados “desarmados”, desarmados de armas blancas, pero armados con sus cintos de cuero, provistos de una hebilla metálica de gran tamaño, que eran utilizados como un arma efectiva y temible. Veinte años de edad, bien alimentados, con instrucción militar diaria, armados de sus cintos, presumiblemente entonados con alguna de las bebidas que se vendían en las calles transversales por medio de algunos paisanos que devenidos en bolicheros y utilizando sus jardineras traían distintos canastos con empanadas y otros comestibles que se vendían a la vista y damajuanas y porrones de diferentes bebidas que se comercializaban disimuladamente sin que nadie reparara en nada, por detrás de la jardinera.


Además de todos estos detalles y sobre todo por su mayor número de contendientes, la suerte a favor de los soldados
estaba echada antes de comenzar la gresca.


Nosotros, simple testigos de los hechos, nos retiramos de apuro cargando cada uno su silla hasta dentro de la casa, por que los vecinos, llamémosles frentistas, sacábamos las sillas y observábamos el corso sentados en el veredón.
Finalmente terminamos viendo la pelea detrás de las rejas de las ventanas de los dormitorios y se podía observar, por el desbande de los policías, una amplia ventaja de los soldados. Los heridos fueron numerosos y de ambas partes. Esto se podía deducir fácilmente a la mañana siguiente, por la cantidad de sangre que, a falta de papel picado y de pomos usados, adornaban profusamente las veredas de lajas coloradas de la calle Alvear.


Este incidente dio que hablar por meses a los vecinos y se agrandaba en el número de heridos y en la cantidad de acciones de coraje y de habilidad en el manejo de las diferentes armas a medida que pasaban los días.
Aclaro que en Alvear al 1100 funcionaba una gomería y surtidor de combustible de la familia Acevedo, que eran nuestros vecinos y que un par de años antes había sufrido un siniestro de proporciones. En un momento determinado una de las escaramuzas más risueña resultó ser la de un policía que peleando con su sable contra dos soldados, imprevistamente se vio atacado por el perro de los Acevedo que se había soltado. El policía no tiene la mejor idea, cosa que no había hecho contra los soldados, de sacar su revolver y atacar a balazos al animal. Menos mal que no atinó a nadie ni a los soldados ni al perro. Solamente dejó picadas las paredes del frente de la gomería. Los vecinos comentaban que probablemente este policía también había previamente visitado varias veces a las jardineras mencionadas mas arriba.


Que verdad resultan ser los versos que José Hernández cuando le hace decir a Fierro en su Capítulo XI, verso 1930 de “El Gaucho Martín Fierro”, que:
“… y se enllenó de tal suerte
Que andábamos a empujones;
Nunca faltan encontrones
Cuando un pobre se divierte”

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