lunes, 23 de agosto de 2010

Las langostas y DDT llegaron a Monte Caseros

Por:Roberto Antonio Lizarazu
En los otoños de 1946 y 1947, Monte Caseros sufrió la invasión de impresionantes mangas de langostas que no solo tapaban el sol, si no que limpiaban todo lo que se veía verde. Árboles, plantas, quintas, jardines, el simple pasto, ni hablar de los sembradíos, desaparecían en pocos minutos ante nuestros asombrados ojos infantiles y en la más absoluta oscuridad. No es que el día se nubla, queda de noche.
En ambas oportunidades yo fui  testigo presencial, pero en la segunda oportunidad en 1947,  ya concurría a la Escuela 32 y directamente se suspendieron las clases. Suspender las clases en esos años era algo impensado y se consideraba la medida de una gravedad extrema. Volvíamos todos, maestros y gurisada, caminando por el medio de las amplias calles de tierra, asombrados del inusual espectáculo.
Algunos de nosotros, armados de ramas de paraíso espantábamos las langostas y los vecinos encendían fogatas con pasto mojado para que hiciesen humareda.
Cuando llegamos a casa, Damiana Fleitas, la señora que trabajaba en nuestra casa, y que ya había visto varias de estas mangas, nos indicaba: Hay que hacer mucho tatatí con pasto verde.
Por supuesto lo de las ramas de paraíso servía nada más que como un juego y para que no molestemos dentro de la casa, por que espantar no espantábamos a nadie. Lo del tatatí algo servía, pero cada vez se ponía más oscuro y llegaban más langostas. Estas se retiraron solas después a la tarde, luego de varias horas y cuando ya no había nada más verde que comer.
Pasados unos diez días, una mañana, varios de mis compinches integrantes de la gavilla, llegaron a casa en bicicleta y en la puerta del zaguán, se pusieron a llamarme con sus timbres, alarmando a la familia y a toda la cuadra.
-Roberto, Roberto, agarra la bicicleta que tenemos que ir a la Estación que viene dedeté.
-Gritando contesté: Yo no lo conozco a ese…. En ese momento debo de haber dicho alguna mala palabra en guaraní, por que mi hermana Lupe que era mi correctora personal de lenguaje y urbanidad -tareas en que fracasó totalmente- me dio un fuerte coscorrón.
Al final fuimos todos en bandada a la Estación a recibirlo, al para mí ignoto, dedeté. Recién en la Estación me enteré de quien se trataba.
Casualmente, el nombrado DDT fue depositado en la calle Alvear cerca de casa, en la vereda impar al 700 en un galpón que existía de Agronomía, no sé si de la Provincia o de la Nación y varios días posteriores, una de las paradas de nuestros paseos en bicicleta consistía en ir a visitarlo, pasando por la vereda del depósito. El galpón tenía sus persianas siempre cerradas y solo se apreciaba un profundo y desagradable olor, y las veredas siempre manchas de blanco.
El tema de que las soluciones lleguen varios días después de los problemas, no es nuevo, es de larga data. Lamentablemente, demasiada larga data.


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