lunes, 23 de agosto de 2010

1947 - Simulacros de oscurecimiento y bombardeos sobre Monte Caseros

 Por:Roberto Antonio Lizarazu
Visto desde la mirada de un gurí, que recién comenzaba la escuela primaria, ese invierno de 1947 no fue un invierno cualquiera.En plena primera presidencia de Perón y estando a cargo de la Intendencia Municipal el señor Carmelo Peroni, de entrada nomás, el 19 de julio el pueblo recibía la visita del Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de la Nación, el Brigadier General Oscar Eduardo Justo Muratorio, quien acompañado por numerosas delegaciones militares y civiles de diferentes  puntos de nuestro país, se hacen presente en nuestro pueblo con el objeto de inaugurar el Aero Club Monte Caseros.
Inmediatamente después y como el gobierno nacional consideraba la hipótesis de conflicto de un probable enfrentamiento bélico con Brasil, juntamente con el recordado proyecto de la creación de un ejército de 100.000 hombres,  tanto en Monte Caseros como igualmente en otras importantes ciudades del litoral, se realizaron simulacros de bombardeos nocturnos y de oscurecimiento. Esos simulacros formaban parte de las maniobras militares que en ese momento se estaban realizando de manera generalizada en toda la Mesopotamia Argentina y se encontraban previstos en el Capítulo de los Planes y Actividades Militares del Primer Plan Quinquenal del gobierno nacional de ese momento.
Recuerdo que en Monte Caseros, los preparativos para hacer los simulacros de oscurecimiento que duraron una semana completa, no presentaron grandes dificultades, por que todos los vecinos estábamos acostumbrados a los apagones de la usina de Balbi, que duraban varios días y ya estábamos entrenados desde siempre para hacer oscurecimientos diurnos y nocturnos.
Lo que si dio que hablar por largo tiempo entre nosotros la gurisada, fueron los simulacros de guerra y los de bombardeos.
Yo ya concurría al primer grado superior en la Escuela Nº 32, y en esos días el tema obligado era precisamente comentar, tanto en la Escuela como con nuestros amigos de la cuadra,  lo que ocurría a nuestro alrededor en pleno pueblo, de todos esos aprestos bélicos y teniendo como potencial enemigo, precisamente,  al vecino de la vereda de enfrente del río.

Por el pueblo andaban los soldados de las distintas unidades, todos vestidos de combate, cargando además de diversas armas, unas mochilas de considerable tamaño que sorprendían a nuestra infantil imaginación. Era como tener las cintas  de guerra en la esquina de la casa.
Recuerdo que además de los soldados de a pié, también  se veían por las calles del pueblo, unos carromatos de cuatro ruedas, tirados por dos caballos, que transportaban soldados de un punto a otro del pueblo y a los que , dada la poca velocidad que llevaban, nosotros seguíamos en bicicleta a una prudencial distancia.
Cuando los carromatos paraban, nosotros parábamos y cuando ellos regresaban, nosotros hacíamos lo mismo.  Así pasábamos los días mirando los aprestos bélicos.
Estos eran los simulacros diurnos, los nocturnos ya eran más imaginación que realidad. Todos ellos duraron una semana y honestamente creo ahora que no debería ser verdad, pero nosotros los gurises estábamos convencidos que los aviones, que efectivamente se oían pasar de noche,  pasando tres o cuatro veces por noche, arrojaban bolsas de arena sobre las casas del pueblo simulando un bombardeo. Uno de los integrantes de la gavilla, Chichura, que es el sobrenombre de mi gran amigo de toda la vida Alberto Gogorza, nos convenció a todos que en el fondo de su casa el había visto  una de las bolsas de arena que tiraban los aviones.
De gurí, estaba convencido que era verdad; luego ya de adulto supuse que se trató de una tomadura de pelo que nos hizo Chichura a todos. Pero ahora de viejo, y después de ser testigo de los dislates más disparatados que ocurrieron en nuestro país, ¿No podría ser verdad lo que   Chichura decía  que él había visto en el fondo de su casa? Ahora de viejo tengo mis serias dudas.
Así como llegaron al pueblo de manera sorpresiva los simulacros y las maniobras, así pasaron, sin pena ni gloria. Solamente sirvieron para distraernos de nuestra principal actividad que en esa época del año constituían las pandorgas y cuantas “yilé” había que atar en sus colas para poder cortarle el hilo al competidor. Eso sí que era importante para nosotros la gurisada, lo otro solamente eran  juegos de guerra de adultos inmaduros

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